Hoy es el Día internacional del consumo responsable y por ello, en Kamaraka-Contenidos queremos compartir esta reflexión.
En nuestra sociedad actual, se puede afirmar sin errar que el individuo ha sufrido la transformación de ciudadano a consumidor. La aspiración del ciudadano es que con su voluntad participe en la constitución de un modo de organización social determinado. Hoy en día, se ha desvirtuado el concepto de ciudadano y de ciudadanía. La capacidad organizadora de lo público y de la convivencia que tiene la política es muy limitada. Que nadie entienda que es lo mismo votar al PP o votar a Izquierda Unida. No, pero la transformación social sólo se producirá si cada uno de nosotros cambiamos de actitudes, de pensamientos, de hábitos, etc.
Todo está diseñado para que consumamos, consumamos y consumamos. Y todo nuestro consumo está perfectamente dirigido, porque previamente nos han creado unas necesidades bien dirigidas a través de la publicidad. El ejemplo más clarificador de cómo ha sido esta evolución es la obsolescencia programada, que es la programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante durante la fase de diseño del producto, éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible. ¿Conoces a alguien que no tenga teléfono móvil? ¿Serías capaz de pasar una semana… un día sin tu móvil o sin internet?
Recientemente, hemos conocido los hábitos de consumo de Ingvar Kamprad, el empresario creador de Ikea. Al parecer, compra la ropa en mercadillos de segunda mano y los yogures a punto de caducar. Parece una estrafalaria costumbre para un individuo con una de las fortunas más grandes del planeta; sin embargo, Ingvar Kamprad es consecuente con su pensamiento, ya que afirma que «malgastar recursos es un pecado mortal” y “uno de los mayores males de la humanidad”. Luego, vas a sus centros comerciales y parece que se practica justo, justo, lo contrario: consumir y consumir que esto es barato. Un enorme error.
A este engañoso «mundo de la libertad», hemos de añadir la referencia a la ética en nuestro consumo. ¿Podemos soportar con tranquilidad tener una cuenta en un banco que está expulsando de su hogar a miles de personas que no pueden pagar la hipoteca o que con sus beneficios están apoyando la industria armamentística o…? ¿Nos ruborizamos cuando conocemos las rupias que recibió quien confeccionó la camisa que llevamos y en qué condiciones lo hizo? ¿Somos capaces de contestar la llamada del móvil hecho con coltán sabiendo que para su extracción se explota salvajemente a la población infantil en El Congo? ¿Asumimos sin piedad que las empresas farmacéuticas decidan por la vida de miles de enfermos?
Si nos tratan como consumidores, actuemos como tales y ‘convirtamos nuestro carro de la compra en un carro de combate’. En este sentido, creo que sería interesante que giráramos un poco la mirada hacia otras opciones como la banca ética, las cooperativas de energía renovable, las formas de consumo colaborativo, el consumo de kilómetro 0 y un montón de alternativas más. Y tampoco estaría de más replantearnos todas las necesidades que imperiosamente tenemos que satisfacer. Es posible que sea la única opción que tengamos de crear un mundo más justo, más respetuoso con los derechos de todos los seres humanos, más igualitario, más saludable… más a la medida del ser humano.